
Este fin de semana participo en una exposición en la ciudad de París. Voy allí con una obra que intenta representar algo relacionado con el camino de Santiago. Es difícil elegir entre tantas emociones que viví hace años, cuando hice el camino con varios amigos. Entonces no había flechas que indicasen el camino. La gente de los pueblos desconocía su propia historia. Eramos los propios peregrinos los que les contábamos el significado de esa aventura. Nos miraban como a locos pero todos nos ofrecían agua fresca y algunos nos ofrecían sus casas para descansar un momento. Fue una buena experiencia. Tantas horas en silencio caminando nos hacía refrexionar sobre la vida anterior antes de emprender esa locura. Lo mas difícil fue cruzar Castilla con un sol de justicia sin una sombra donde descansar ni una fuente de agua para reponer fuerzas. Las rectas eran una tortura, se veía a lo lejos el fin de la etapa pero no llegábamos nunca. Con el cuerpo magullado, los pies ardiendo y los labios secos como corcho, llegábamos con una alegría que no he vuelto a sentir. Todos nos ayudábamos, unas veces compartiendo el jabón de lavar la ropa y otras con una crema para los pies. En el camino se descubren muchas cosas, sobre todo las pocas diferencias que hay entre las personas. Allí nadie es distinto, a todos nos ocurrían las mismas cosas y celebrábamos con satisfacción el fin de cada jornada. Mirábamos al cielo todas las noches, y dormíamos felices esperando un nuevo amanecer.
Ahora después de tantos años , me ilusiona estar con artistas gallegos mostrando obras que hablen del camino. No podré estar con ellos y recorrer las calles de París, estos días desmonto una exposición en Orense que me ha dado mucha moral. Así que no pasa nada, tendré los pies en Galicia y el corazón en París.
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